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2030: ¿Futuro brillante o distopía digital?

  • junio 5, 2025
  • 3 min read
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2030: ¿Futuro brillante o distopía digital?

Por Ignacio García Madrid.


Nos vendieron el 2030 como la fecha en que el mundo sería más justo, verde y equitativo. La ONU lo llamó “Agenda 2030” y prometía erradicar la pobreza, salvar el planeta y vivir en armonía. A medio sexenio de distancia, la realidad huele más a cortocircuito que a utopía. Los expertos predicen que solo se cumplirá el 12% de las metas trazadas. Sí, apenas un miserable 12%.

Mientras tanto, los gigantes tecnológicos —Huawei, Google, Meta, Microsoft, Amazon— nos pintan un mundo brillante y computarizado. Según el informe “Mundo Inteligente 2030”, gracias a la inteligencia artificial (IA), la energía verde y el internet de las cosas, viviremos en ciudades automatizadas, conduciremos autos autónomos y comeremos alimentos impresos en 3D. Todo suena fabuloso… hasta que uno rasca debajo de la carcasa de aluminio.

Porque el brillo digital tiene un lado oscuro.

La nube no flota, contamina.
Cada búsqueda en Google, cada conversación con ChatGPT, cada imagen generada por IA, consume energía y agua. Mucha. Tanto que solo para refrescar los servidores, las empresas utilizan millones de litros de agua al día. ¿Sustentabilidad? Difícil. Hoy, los centros de datos son tan glotones como industrias pesadas. Y lo peor: están creciendo más rápido que nuestra capacidad de regularlos.

Minerales raros, abusos comunes.
Las baterías que alimentan autos eléctricos y teléfonos “inteligentes” requieren litio, cobalto, tierras raras. ¿De dónde salen? De minas en África, América Latina y Asia, muchas veces operadas con trabajo infantil, condiciones inhumanas y sin regulación ambiental. Esclavitud digital del siglo XXI.

Basura de última generación.
La “obsolescencia programada” no es un defecto, es estrategia. Cada año generamos millones de toneladas de desechos electrónicos. Lo nuevo dura poco, y lo viejo se convierte en chatarra tóxica que termina en vertederos clandestinos del sur global. La ONU calcula que solo reciclamos un quinto de esta basura.

IA: genio brillante, pero hambriento.
¿Quién limpia los algoritmos? ¿Quién entrena a los modelos de IA para que no digan barbaridades? Personas. Miles de trabajadores invisibles, mal pagados, en Filipinas, Kenia, India o México. Clasifican imágenes, moderan contenido violento, pulen respuestas. Lo hacen por centavos, sin derechos, y con consecuencias psicológicas graves. Es la maquila digital que nadie quiere ver.

Salud y adicción
No solo contaminan los chips: también nuestras mentes. El uso excesivo de pantallas —por trabajo, ocio o simple ansiedad— está generando epidemias de insomnio, miopía, estrés y soledad. Y para colmo, la tecnología nos vigila, nos mide, nos etiqueta. Big Brother sonríe desde su iPhone.

Brecha digital: la desigualdad recargada.
La IA «para todos» no existe. Las versiones gratuitas son limitadas, mientras que los modelos avanzados están reservados para quienes pueden pagar. La tecnología que prometía cerrar brechas las está ampliando. En esta carrera, los de siempre ya van varias vueltas adelante.

¿Qué hacer?
Urge quitarle el volante del futuro a las megacorporaciones tecnológicas. Legislar para frenar la explotación ambiental y laboral. Democratizar el acceso a la tecnología, sí, pero también enseñar a comprenderla y usarla con conciencia. Y sobre todo, hacer del bienestar humano y planetario un imperativo, no un “extra” del mercado.

Porque si seguimos creyendo que un algoritmo salvará al mundo mientras seguimos comprando gadgets como si fueran pan caliente, 2030 no será el año de la sostenibilidad. Será el año en que el futuro colapsó envuelto en papel aluminio.


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