PAN: el partido que exige democracia, pero no la practica

Por Rita Sánchez.
El Partido Acción Nacional presume ser el guardián de la moral, el orden institucional y la democracia. Pero si uno mira hacia dentro, la casa azul parece más bien una réplica de esos vicios que tanto señala en los demás: machismo, clientelismo, y familias custodias que han convertido al PAN en una franquicia hereditaria.
La reciente resolución del Tribunal Electoral del Estado de Puebla, que dio la razón a Guadalupe Leal Rodríguez y ordenó repetir la elección interna del Comité Directivo Municipal en la capital, desnuda —una vez más— el doble discurso panista. Porque mientras el PAN exige paridad, transparencia y legalidad en los gobiernos de Morena o del PRI, en su propia vida interna sigue cerrando la puerta a las mujeres.
Las familias del PAN: custodios de un cascarón
En Puebla, el PAN dejó de ser un partido de militantes para convertirse en un patrimonio político de unas cuantas familias. Los apellidos se repiten más que las promesas: Rodríguez Regordosa, Zaldívar, Arrubarrena, Maldonado, Montiel…
Los mismos de siempre, rotando entre dirigencias, candidaturas y favores cruzados, como si el partido fuera una empresa familiar con herencia garantizada.
Y claro, cuando una mujer decide desafiar ese monopolio, la reacción no tarda: exclusiones, bloqueos y decisiones cupulares disfrazadas de “acuerdos internos”. En este caso, el Comité Ejecutivo Nacional del PAN decidió no emitir una convocatoria exclusiva para mujeres en Puebla capital, pese a que nunca una mujer ha dirigido el partido en 20 años.
El TEEP tuvo que recordarle al PAN lo que dice defender desde su fundación: la justicia, la igualdad y la dignidad humana. Ironías del destino.
Un partido que envejece de adentro hacia afuera
El panismo poblano se ha vuelto un reflejo del conservadurismo más rancio: incapaz de renovarse, obsesionado con sus derrotas y dominado por quienes perdieron el poder pero no las mañas.
En lugar de abrir paso a nuevas voces, los mismos de siempre siguen administrando las ruinas del partido como si se tratara de un testamento político.
Y en medio de esa descomposición, aparece una figura incómoda: Guadalupe Leal, combativa, directa, sin el manual del panista tradicional. Leal es, paradójicamente, una mujer de derecha con el ímpetu de la izquierda, una figura que parece más revolucionaria que institucional.
Y por eso incomoda. Porque desafía la estructura que muchos panistas se empeñan en preservar como si fuera un club exclusivo de “los de toda la vida”.
El espejo roto de Acción Nacional
El PAN critica a Morena por el centralismo de su dirigencia y al PRI por sus cacicazgos eternos, pero no ha terminado de reconocer que carga con los mismos vicios, solo que disfrazados de doctrina y decencia.
Hoy, la sentencia del tribunal no solo pone en jaque el triunfo de Manolo Herrera, sino que exhibe la falta de coherencia de un partido que se dice defensor de la ley, pero la interpreta a conveniencia.
El PAN se ha vuelto juez, pero nunca acusado. Exige rendición de cuentas, pero no se mira al espejo.
Y ese espejo le devuelve una imagen cansada, masculina, conservadora y ajena a la realidad de un país que ya no cree en los partidos de “los buenos modales”, sino en los que actúan con congruencia.
Guadalupe Leal no representa la ruptura de una tradición, sino la posibilidad de rescatar lo poco que queda de ella. Y si el PAN tuviera un mínimo de lucidez, la escucharía. Porque lo que está en juego no es una dirigencia municipal, sino la credibilidad moral de un partido que envejece por no atreverse a cambiar.