El “Padre del Fentanilo”: la chiripa que nos delata

Por Ángela Mercado
Las mujeres solemos tener memoria larga. Recordamos lo que parecía un detalle y, con el tiempo, descubrimos que ese detalle era la clave de la historia.
Algo parecido ocurre con el caso de Antón Petrov, el bioquímico búlgaro al que hoy llaman el “Padre del Fentanilo” en México. Fue detenido en 2018 casi por accidente, cuando la policía estatal de Baja California pensó que se trataba de un laboratorio de metanfetaminas más. La chiripa mexicana lo exhibió: en realidad habían descubierto el primer laboratorio de fentanilo sintético en el país.
Petrov no era un improvisado. Militar, médico y políglota, sabía exactamente lo que fabricaba: una droga invisible al radar de las autoridades mexicanas, que en Estados Unidos ya cobraba miles de vidas. Y ahí estaba él, impecable en su traje, cocinando pastillas “M30” en un departamento de seis metros, a veinte minutos de las oficinas de la Fiscalía. Lo atraparon por azar, no por inteligencia.
Hoy, Petrov forma parte de los 26 extraditados a Estados Unidos, junto a personajes como Servando Gómez Martínez, “La Tuta”, que durante años encarnó la impunidad michoacana. Todos ellos tienen mucho que contar a la justicia norteamericana: nombres, rutas, complicidades, pactos oscuros.
Y no nos engañemos: tarde o temprano esas confesiones alcanzarán a quienes desde Los Pinos o desde Bucareli miraron hacia otro lado. Pienso inevitablemente en Genaro García Luna, el ex zar de la seguridad, que ya purga condena en Nueva York. ¿Cuántos más caerán cuando se desenreden esas alianzas?
Como mujer y como periodista, me estremece pensar que el futuro de la verdad mexicana no se está ventilando en nuestros tribunales, sino en cortes extranjeras. Allá se juzga lo que aquí se permitió con silencio cómplice. Y me pregunto: ¿cuántas madres que hoy lloran a un hijo perdido por el fentanilo sabrán que el primer laboratorio de esa droga en México fue descubierto por pura casualidad?
El caso Petrov es una metáfora dolorosa de nuestra fragilidad institucional. En México no hubo estrategia, ni prevención, ni capacidad para entender la magnitud del monstruo. Todo empezó por chiripa. Y mientras la justicia gringa recoge a los peces gordos, nosotros seguimos atrapados en el pantano de la desmemoria.
Quizá sea tiempo de que, como mujeres, como madres, como sociedad, dejemos de confiar en la suerte. Porque la suerte, como sabemos, no salva vidas.
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